La mañana era
fresca al contrario que en las últimas semanas de ola de
calor constante. Había ya sacado la moto del garaje y el
bicilindrico estaba cogiendo temperatura. La luz de la
mañana hacía resaltar los cromados de forma
espectacular. Me encanta que la moto esté perfecta
siempre. Aún no sonaba acompasada y es que claro, la
carburación requiere su tiempo. Acostumbrados como
estamos a la inmediatez de la inyección, esto de tener
que tirar de estárter y esperar un rato a que todo suene
redondo tiene su liturgia.
Me subo ya en
la moto y sin pensar doblo las piernas buscando las
estriberas atrás. Aún no me he acostumbro a que aquí no
hay que doblar tanto las piernas para poner los pies
sobre las plataformas. El gran depósito hace que además
tenga que abrirlas ligeramente. El sonoro “clonk” del
cambio al meter la primera velocidad marca la salida. Me
pongo a rodar y voy enlazando velocidades que meto con
el tacón de la bota. El sistema punta tacón es realmente
cómodo.
Llego a la
primera rotonda y la paso despacio. Casi tengo que girar
el manillar como en un coche. Esto es otra cosa. Casco
abierto, girar manillar, cambiar con el tacón… que
diferente todo.
Enlazo con la
carretera y tengo que tirar del cambio porque no sé si
ya voy en quinta o no. No hay cuenta revoluciones, ni
indicador de marcha engranada. Lo hago sin prisa, para
asegurarme pero por nada más porque la moto no va
forzada. No pasa nada. Simplemente voy en quinta. El
cuentakilómetros marca 110. El aire sólo me da
ligeramente porque la gran pantalla transparente lo para
todo. Casco abierto y oigo el pistoneo del motor y al
aire silbar alrededor. Por el retrovisor veo llegar tres
luces que se acercan muy rápidamente. Me pasan y me
saludan. Perfecto. Adiós. Ya nos veremos o no, me da
igual.
Voy mirando a un lado y
otro de la carretera. Veo una cosa, veo otra. No hay
prisa. Mira que he pasado veces por esta carretera –
pienso – y nunca había visto cosas que veo ahora. Es lo
que tiene ir sin prisa. Me acerco a un camión y sin
bajar marcha – voy a probar, me digo a mi mismo –
enrosco el acelerador y sin protestar, el bicilindrico
sale disparado. Buena respuesta.
Las curvas las
tomo a la misma velocidad que las rectas, no me voy a la
derecha para cerrar la entrada sino que voy por el
centro del carril. Un poco de contra manillar y la moto
entra sola, sin aspavientos, sin meneos, sin
nerviosismos. A mi mente me llegan, sin pretenderlo,
canciones de las que yo llamo de rodar; Ese In The Road
Again y tantas otras. Me viene también la banda sonora
de Los Hijos de la Anarquía. Esbozo una sonrisa mientras
negocio otra curva. La mente es prodigiosa cuando se
motiva con algo.
Paso El
Cabaco y cuando me introduzco entre la arboleda que
rodea la carretera de La Alberca, con esos árboles altos
y frondosos me da la sensación de estar en algún paraje
de Estados Unidos. Voy solo y la carretera rasga por la
mitad las arboledas y el sonido del motor lo inunda
todo. Hace rato que no miro el cuentakilómetros ¿para
qué? Me doy cuenta también que apenas he tocado el freno
desde que salí.
Llego a La
Alberca. Es temprano y apenas hay nadie. Con un
café me siento en la terraza de La Cantina de
Elías. La moto aparcada entre las cruces de la
entrada al pueblo. Oigo desde aquí aún los
golpeteos metálicos de los escapes al enfriarse.
Mientras tomo el café pienso que nunca había
llegado tan relajado a un sitio. Repaso
mentalmente el recorrido y recuerdo
prácticamente cada curva. Decido hacer unas
fotos de recuerdo y le pido al camarero que me
haga una sobre la moto. Es curioso pero tengo
varias fotos desde esa posición a otras motos
pero nunca subido en una de ellas. Curioso.
Pensando sobre
ello con otro café llego a la conclusión de que
he descubierto una faceta de las motos que
siempre he intuido pero que nunca había
conocido. Por primera vez he vivido esa frase
tan cacareada de la sensación de libertad con el
viento en la cara cuando vas en moto. En otras
motos no lo he sentido con esa intensidad, vas
mucho más concentrado y pendiente de
revoluciones, de cambios de marcha de entrada a
curva, de tumbadas más o menos exageradas, de
los demás. De un montón de cosas. Sin embargo
hoy no ha sido así. Y me ha gustado sentirlo. No
me gusta la estética bizarra con la que muchos
acompañan este tipo de motos ni me gusta el
rollo de algunos moto clubs de este estilo, pero
si entiendo ahora algunas de las cosas que
cuentan de rodar. |
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Hace poco en
otra salida vine decepcionado. No lo pasé bien, más bien
al contrario lo pasé mal. No me gustó nada porque
incluso estuve a punto de irme al suelo. La cuestión es
que quise hacer cosas que hacía siempre con otras motos
y desde luego no es que sea un error, sino que se
transforma en peligro. Ni chasis, ni suspensiones, ni
frenos, nada está preparado para hacer otra cosa que
para lo que está pensado. También en esa salida me di
cuenta que cuando ruedas en grupo, aunque sea pequeño,
las monturas tienen que ser de similares prestaciones.
Luego irás más rápido o más despacio pero tienen que ser
parecidas. O lo pasas mal intentando seguir a los demás,
o los demás intentando ir a tu ritmo.
Pero esta vez
sí. Quizá si tuviese que tener una sola moto no sería
esta, al menos ahora. Tengo la gran suerte de tener
varias. Soy muy afortunado y doy gracias por ello. Pero
lo que sí está claro es que me ha gustado mucho y creo
que he hecho muy bien en comprarla. Es diferente, es
distinto. Requiere otro “chip”. Pero me ha gustado. |