¡¡¡ YA NO HAY HÉROES  !!!

      

     Amanecía el dos de Agosto. Las primeras luces del día ya pugnaban por filtrarse a través de las rendijas de la persiana. Julián, en la cama, había visto como poco a poco esos rayos de la luz del alba iban venciendo a la oscuridad. Su mirada, fija en la ventana pasaba de un rayo de luz a otro contándolos a medida que iban apareciendo. Como siempre que tenía una carrera, no había dormido bien. Intentaba mantener la cabeza despejada pero no lo conseguía repasando mentalmente, una y otra vez, todos los componentes de la moto; podía seguir con su mente, como si estuviese pasando ahí mismo y en ese momento, las manos de Manolo mientras estas montaban las piezas de la moto y entrecerrando sus ojos, podía ver como esas manos manipulaban las piezas con un mimo y una firmeza al tiempo que no había ocasión de pensar que Manolo hiciese algo mal.

     Iba a hacer calor, se veía venir. Se incorporó y vio sus cosas ya preparadas en la silla. Su casco Cromwell de cuero verde, sus gafas Climax, su traje de piel negro, la camisa que llevaría debajo, las esponjas que se ponía en las rodillas para evitar roces. No pudo aguantar más en la cama y decidió prepararse ya.

Cuando estuvo preparado desayunó frugalmente, no le entraba nada en ese momento y casi se tuvo que obligar. Miró al cielo y el sol ya anunciaba que aquel día iba a ser duro. No sabía por qué, pero de pronto aquel día no era el día que él quería. Parecía un día como los demás de ese mes de Agosto en Castilla, claro, azul, contundente, pero tenía una sensación que no lograba explicar. Miraba y remiraba al cielo de ese amanecer buscando esa repuesta pero no llegaba. Encogió sus hombros, suspiró y se dispuso a encontrarse con los demás.

 

El día antes había acudido al taller de VAL. Cuando llegó, ya estaba allí Manolo Cachorro. Ya había preparado su Bultaco 125 y estaba pertrechando la 250 cm3. Había que ir hasta Ávila en las motos. No había otro medio. Manolo insistió en que había que irse ya, con tiempo aunque no se viese del todo porque convenía que las motos no sufriesen en el camino. A esa hora irían más bajas de temperatura y convenía no apurar los motores. Llevarían además otra Bultaco Metralla, casi de calle preparada también por ellos mismos para entrenar. 

La comitiva salió del taller de VAL en dirección a Ávila. Gumersindo, el propietario del taller VAL se despidió de ellos cariñosamente y les volvió a decir que fuese sin prisa pero sin pausa. Julián sentía un hormigueo constante en el estómago, mezcla de nervios y ansiedad de sus 20 años deseosos de liberar su fuerza. Los días anteriores había repasado una y otra vez el circuito, a pie, en moto. Tenía memorizados esos 1,48 km., pero es que el trayecto hasta Ávila daba mucho que pensar. Cada bache de la carretera parecía despertarle de una especie de trance. Cada bache de la maltrecha y mal conservada carretera le hacía temer que algo de la moto se rompiese antes de llegar. Sufría cada golpe, como si fuese a sí mismo. Pensó que al llegar tendrían que repasarlo todo. También pensaba en cómo había llegado hasta allí, como conocer a Manolo había cambiado su vida. Pensó las veces que había rodado detrás de Manolo y como este le había enseñado muchas trazadas y muchas frenadas. Sabía que tenía un don y que sin saber muy bien por qué había nacido para esto pero con Manolo, con Carlos, con Monago había aprendido cosas que de otra forma le hubiesen costado mucho más.

Recordó la ilusión con la que fundaron la escudería, la Escudería Charra. El orgullo de pertenencia a algo muy especial. Como fueron dándole forma, como la fábrica Bultaco que ya apoyaba de forma semi-oficial a Manolo les fue dando la importancia que se estaban ganando. La generosidad de Manolo, que pudiendo absorber el apoyo de Bultaco lo repartía a partes iguales para todos en las piezas, en las pruebas, en todo.

Mientras el cilindro de su Bultaco ronroneaba parsimoniosamente, recordó aquel día que se encontró por primera vez con Manolo Cachorro. Lo había visto correr como aficionado que era pero verlo trabajar en el taller era otra cosa. El era un aprendiz de mecánico y no podía dejar de admirar como Manolo fijaba su mirada en una pieza durante segundos que parecían horas; la miraba fijamente y nada de alrededor existía; ni las voces, ni los ruidos, ni el frío ni el calor. De pronto, Manolo movía la pieza, la hacía bailar en sus manos la modificaba con movimientos rápidos y seguros con lima y herramientas y transformaba lo que era un trozo de acero en una pieza de alto rendimiento y aquello encajaba como un guante. Le admiraba la pulcritud de Manolo.

Un bache pareció despertarle de su ensoñación y se maldijo a sí mismo por no haberlo visto. ¡Tenía que prestar más atención si no quería llegar con media moto a Ávila! Pero al cabo de poco tiempo volvió a recordar. Recordó como con Manolo, con Carlos y con Monago fundaron la Escudería Charra. Bultaco les echaba una mano de alguna forma y con sus emblemas de la Escudería, con sus preparaciones eran una escuadra temida allí donde iban. Ponían las piezas en las mochilas y se desplazaban a correr. Manolo ocultaba sus preparaciones y esbozó una sonrisa al recordar cómo había copiado la distribución de un motor de fábrica en las propias narices de los técnicos de Bultaco. Vieron una moto tapada por una lona y volvieron cuando ya no había nadie. Destaparon y vieron una evolución de fábrica; en una servilleta Manolo copió los datos de la distribución, alzadas, conos, longitudes. Después de eso, Manolo preparó una moto para correr en Bilbao y escondió los cilindros debajo de su cama para que nadie los viese ni copiase; Posteriormente el propio Paco Bultó preguntó en la carrera que como era posible que la moto de Cachorro diese candela a las oficiales de fábrica. Era algo inaudito.

    

Sacudió la cabeza Julián intentando concentrarse en la carretera. Se preguntó en voz alta que por qué estaba pensando en todas esas cosas; se preguntó que le llevaba a estar repasando su vida. No entendía por qué, pero no le gustaba. A sus 20 años, pensó, no era momento de echar la vista atrás, sino hacia delante. Tampoco lograba comprender por qué Manolo no corría aquel día en Ávila. Sabía que en el fondo no quería enfrentarse en una lucha fratricida. Se querían y respetaban demasiado pero podrían haber corrido en dos categorías diferentes, sin embargo Manolo había decidido que no y si algo sabía de Manolo es que cuando tomaba una decisión era difícil darle la vuelta.

 

Adelantaron a un camión, al único vehículo que hasta ese momento se habían encontrado nada más pasar el pueblecito de Aveinte, un nombre que le hizo esbozar una sonrisa. Pronto volvió el ronroneo constante de su Bultaco. Le vino a la mente el día que le habían concedido su Licencia Internacional de la FIM. Sólo tres temporadas y ya la tenía en su poder. Vio a Manolo delante removiéndose sobre el asiento. Su maestro pensó. Tenía una generosidad en lo que hacía que sin él y el apoyo de su propia familia no habría llegado hasta ahí. ¿Hasta ahí? Se preguntó a sí mismo. ¡Si todavía me queda un mundo por hacer! Volvió a sacudir la cabeza ¿pero que le pasaba hoy? Se levantó las gafas Climax sobre el casco para que el aire le diese más en la cara, a ver si así dejaba de pensar en lo que no tenía que pensar. Estaba casi enfadado consigo mismo.

Sin darse cuenta, vio como las murallas de Ávila se recortaban en el horizonte. Le imponían sobremanera. Se acordó que la carrera no era por fuera de las murallas, como se hacía antes sino por el interior. Manolo le había contado como era el antiguo trazado pero desconocía como era el nuevo. Julián había estado allí unos días antes pero no podía contar con ninguna referencia de Manolo. Todas eran suyas. Pasó el resto del día paseando con la Metralla por el circuito, por el Paseo de San Roque, analizando la Avenida 18 de Julio y por la de Jose Antonio.

Al día siguiente, la zona de parrilla, ya estaba poblada de gente cuando llegaron. Gente yendo y viniendo, pilotos, mecánicos y viandantes conformaban un grupo muy heterogéneo. Los curiosos se arremolinaban estorbando las más de las veces. Manolo, ajeno a todo ya se había puesto con él a repasar las motos. El calor comenzaba ya a apretar de lo lindo y bajo aquella piel oscura del traje comenzaba a sudar y los nervios tampoco ayudaban a disipar el calor.

Comenzó la carrera de 125 y al darse el banderazo de salida Julián aceleró su Bultaco al límite. Sabía que era importante llegar delante a la primera curva, una curva casi de 90º. Manolo le había insistido que se tirase al interior antes que los demás, porque en el embudo, si iba por fuera, podía tener problemas. Julián le hizo caso y salió de la curva en las primeras posiciones. Como si de un “deja vu” se tratase, Julián veía el circuito delante de él antes de llegar a cada posición, a cada curva, a cada recta. Se desplegaba en su mente el dibujo del trazado y lo hacía casi sin pensar. Pronto se situó primero y a una media de algo más de 75 Km/h acabó con ventaja sobre los demás.

Manolo lo veía pasar con orgullo porque sabía que una parte de aquel éxito de Julián era suya. Aprestaba su oído a cada paso de vuelta comprobando que la Bultaco no diese ningún síntoma de avería. En su mente ya tenía las siguientes modificaciones que haría. Se estaba convirtiendo, sin saberlo aún, en un investigador de la mecánica.

La carrera de 250 se aprestaba a comenzar. Todos miraban de reojo a Julián tras su exhibición en la de 125. Otro mecánico vigilaba de reojo a Manolo a ver si era capaz de saber que marices hacía aquel larguirucho en las motos. Manolo ni lo miraba, ni a él ni a nadie. Sólo estaba concentrado en Julián. 

La gente se apartó y Julián se ajustó las gafas. El calor apretaba de verdad y estaba deseando salir disparado. Nada a su alrededor parecía vivo, nada se movía. Era como si sólo existiese él, su moto y el circuito que se desplegaba por delante. No miró ni un momento a sus rivales. Tenía que hacer la vuelta de calentamiento completamente concentrado.  No tenía otra cosa en su mente que no fallar en la salida. Cuando dieron inicio a la vuelta previa su Bultaco 250 hizo un ruido extraño. Salió pero el ruido iba a más. Nervioso intentó ver desde arriba que ocurría. Sonaba como a escape suelto y cuando hizo un acelerón la moto rateaba. Empezó a sudar aún más. 

Llegó a la meta y ya estaba allí Manolo que había oído algo raro. Se agacharon los dos y vieron el problema. El escape estaba suelto. La abrazadera que lo sujetaba estaba rota. Ni tenían una ni la iban a encontrar dijo Manolo. Julián estaba muy alterado pero le reconfortaba ver la tranquilidad de Manolo que ya estaba repasando en su mente posibles soluciones.

-Julián – dijo Manolo – Lo único que serviría es soldarla y no tenemos tiempo y la carrera va a empezar. No nos van a esperar –

Julián le miraba sin saber que responder. Miraba el escape roto, miraba la parrilla. Miraba a Manolo.

-Manolo- gritó en medio del ensordecedor ruido de la parrilla – Saquemos la 125 -

Manolo le miró un tanto incrédulo. Sin embargo, al ver la seguridad de Julián, sin mediar palabra, empujó la 250 hacia fuera y sacaron la 125. La empujaron a la línea de parrilla pero la moto, que había ido como la seda en la carrera anterior, se negó a arrancar. Julián se desesperó- ¿Qué más podría pasar? La sensación extraña que había sentido aquellos dos días, volvió a su estómago.

La bandera de salida se agitó y todos salieron disparados. No habían conseguido arrancar la moto y empujaban desesperados. El sudor ya bañaba su espalda y la cara de Manolo, sucia del humo, estaba marcada por surcos de las gotas de sudor que resbalaban por su rostro.

Hacía ya 7 segundos que los demás habían salido y un petardeo señaló el arranque de la moto. Por fin podía salir. Julián aceleró como un poseso intentando calmarse y que sus pulmones recuperasen algo de aliento. Tendría que forzar su 125 al límite porque la diferencia de potencia era mucha. Negoció la primera curva casi sin darse cuenta. Intentaba sosegarse pero no lo conseguía. Los pensamientos se agolpaban en su cabeza. Tenía una moto más ligera para aquel circuito y tendría que ganar en las curvas lo que perdía en las rectas.

Terminó la primera vuelta sin saber muy bien como. A medida que hacía la segunda veía como se acercaba a los últimos. Cada curva recortaba más y más. Al final de la segunda vuelta ya estaba encima de ellos. Calculaba que con 37 vueltas y a ese ritmo tenía opciones de ganar. El circuito ya no se desplegaba en su mente, sólo veía cada curva y cada vez entraba más rápido.

Al final de la tercera vuelta ya había conseguido adelantar a los dos últimos. No existía otra cosa ya en su cabeza que el siguiente rival. Lo tenía ya a mano y sabía que las dos siguientes curvas lo pasaría. Delante de él ya veía al siguiente. 

Cuarta vuelta. Su Bultaco 125 iba como un tiro. No sabía si aguantaría a ese ritmo toda la carrera pero no tenía más opción que esperar a que no fallase. No podía guardarse nada. Acababa de pasar a otro piloto y tenía que forzar la entrada de la curva para que no le recuperase. Sabía que allí se podía llegar a unos 110 kilómetros por hora. Forzó al máximo la entrada y en la salida pisó aquel parche que tantas veces evitó. La moto hizo un extraño y ya no pudo hacer nada por corregir. Se precipitó contra la fachada de ladrillo del edificio en el que sabía que se habían producido aquel día ya cuatro accidentes. Tenía muy memorizado aquel punto pero su mente le traicionó permitiendo que sus ansias fuesen más fuertes que su cabeza. No había balas de paja en aquel punto. No pudo hacer nada.

Desde una tapia en frente, las dos hijas, aún muy pequeñas de VAL que estaban viendo la carrera, gritaron al unísono. Habían visto como Julián, al que cada vuelta espoleaban con sus vítores y aplausos se estrellaba. Se disponían a animarle de nuevo cuando fueron testigos directos del accidente. Aquella visión, aquella imagen fijada en la retina de dos niñas pequeñas, jamás la olvidarían.

Los espectadores saltaron inmediatamente a retirar la moto que se encontraba aplastando el cuerpo de Julián. Retiraron al piloto y a su moto de la trazada. Trasladaron a Julián a la Clínica del Doctor López Lara. A pesar de las atenciones no pudieron hacer nada por su vida. Prácticamente había fallecido cuando entró en la clínica. El casco Crownell no había podido absorber aquel golpe contra la jamba de una ventana. 

Mientras sucedía todo eso, Manolo estaba muy nervioso. Hablaba en voz alta sin darse cuenta y repetía una y otra vez que Julián no pasaba. No pasaba por meta. Algo había ocurrido. En su interior sospechaba que había pasado algo malo pero al mismo tiempo se negaba a reconocer su intuición, pero su corazón ya se encogía ante la certeza. Repetía una y otra vez lo mismo – Julián no pasa, Julián no pasa –

La comitiva de vuelta con los restos de Julián fue penosa. Indescriptible el sentimiento de todos aquellos que se habían desplazado hasta Ávila y que de devolvían a Salamanca aquellos restos de un joven de 20 años que había encontrado la muerte en la fachada de un edificio, edificio que sin querer, había sido protagonista del final de una carrera muy prometedora.

Manolo no pudo ir a comunicar a la familia de Julián tan triste noticia. Tuvo que hacerlo Valentín, hermano mayor de Manolo y a los hermanos de Julián jamás se les olvidaría la figura de aquel hombre alto que, quitándose el sombrero y bajando la vista al suelo les dijo lo que había ocurrido.

Los funerales fueron multitudinarios. Manolo, con Carlos y Monago acudieron vestidos con sus trajes de cuero, con sus emblemas de la Escudería en el mejor homenaje que podían hacer a su amigo, a su compañero, y en concreto Manolo, a su pupilo. Totalmente impresionados decidieron disolver la Escudería Charra. Nada podría volver a ser lo mismo. Era imposible.

A partir de aquel momento cada uno se centró en su vida. Manolo continuó haciendo algunas cosas fuera de carretera, de MotoCross, de trial. Aquel hecho truncó un prometedor futuro de una Escudería que quizá, con apoyo de la fábrica Bultaco, podría haberse constituido en una Escudería de alta competición fuera de nuestras fronteras. 

Manolo siempre recordó a Julián. Su sombra le acompañó hasta el final.