¡¡¡ CUSTOM &  BIKERS !!!

 

            Hacía mucho tiempo que no dedicaba tiempo, valga la redundancia, a esta página web. Es imperdonable por mi parte pero lo cierto es que el día a día me absorbe no sólo ya mi tiempo sino que tiene ocupada mi única neurona que se me queda colgada cada dos por tres la pobre.

            Este escrito quiero dedicarlo a una experiencia vivida hace un par de semanas y que la verdad, me ha llamado la atención poderosamente. De siempre, las motos Harley han despertado mi curiosidad. Siempre me ha gustado admirarlas por varias razones aunque no me han motivado para pilotarlas. Me han motivado mucho más siempre las deportivas, la velocidad, el curveo, la rodilla en tierra y esas cosas. Más allá de lo que significa el universo Harley y Custom, nunca entendí bien que en cualquier curva todo rozase, que hubiese que frenar con los dos frenos a la vez muchos metros antes de llegar a una curva, que ir a más de 130 o 140 se tradujese en vibraciones y ligeros meneos, que el cambio de marchas haya que acompañarlo en lugar de simplemente tocarlo, en fin, una serie de cosas que no entendía muy bien. Ni siquiera las encontraba cómodas para viajar. Unas motos que, parado en un semáforo son capaces de moverte hasta los empastes de la boca no me parecían adecuadas para casi nada.

             El otro día le pedí a mi buen amigo Ernesto su Harley para acudir al BIKER CUSTOM DAY de Salamanca. Estar viendo la serie de Los Hijos de la Anarquía sabía que no me hacía ningún bien. Amaneció el Domingo y antes de ir hacia el Western, punto de salida del evento, decidí salir un poco a carretera con la Harley. El primer choque fue arrancar la moto. El sonido del arranque es muy particular y muy lejos del típico sonido actual de centralita electrónica. Suena el motor de arranque y se escucha perfectamente como este arrastra el conjunto sintiendo como le cuesta a los pistones iniciar su marcha. Es un “claqueo” particular que acaba con el típico sonido Harley que sale por los escapes. A mí particularmente, resonando en mi garaje me encantó el comienzo.

             Una vez en marcha, te sorprende todo, el asiento tan bajo, las piernas estiradas, la rueda delantera lejísimos, las vibraciones aunque en marcha se noten mucho menos, la posición del cambio. Cuesta manejarla callejeando. Los baches se notan como si no tuvieses amortiguación trasera, y si pasas un badén de esos para reducir velocidad, tu culo se levanta del asiento. No está cómoda en ese ambiente y se nota.

            Salí a carretera y en la primera rotonda, “gshhhhhsgdhhs”. La estribera rozando por el suelo y chispas a mi alrededor. Pienso, -que coño, ¡si iba pisando huevos!- En realidad no es así, vas más rápido de lo que parece en una Harley pero al no tener referencia de oído de las revoluciones la verdad es que llegas más rápido de lo que crees. Suspiro y me digo – Vale, ya sé de que va esto – Me relajo y enfilo carretera. Pies estirados, velocidad de 120, sintiendo el aire en mi cuerpo. Siento las pistonadas en mi cuerpo, y el sonido Harley de los escapes parece envolverlo todo a mí alrededor. No hay tráfico a esa hora y todo el ancho de la carretera es para mí. Primeras curvas abiertas, ni bajo marcha ni suelto puño, simplemente me deslizo a la misma velocidad. Mi cuerpo no se mueve ni se pone tenso buscando la trazada de fuera-dentro. Ocupo el centro de mi carril y la Harley se inclina lo justo. Siguiente curva, más cerrada, simplemente suelto un poco de gas por eso de la inclinación y sigo por el centro de mi carril. Voy girando mi cabeza de tanto en tanto, no necesito ni tensión ni concentración. He pasado mil veces por ese sitio y hoy he descubierto cosas que ni sabían que estaban.

            Por el retrovisor veo acercarse dos luces. Dos deportivas pienso. En un suspiro están ahí y me adelantan aullando. En otro momento me hubiese ido con ellos o a por ellos. En esta ocasión me limito a saludar y a seguir mi camino. Me importa tres.

            He parado, me he pedido un café en una terraza. He encendido un cigarrillo y me limito a admirar el juego de luces que el sol aplica sobre los cromados mientras se oye ese sonido que sólo recordaba de la MT01 de “clack, clack” de los escapes mientras se enfrían. No tengo prisa y ni me acuerdo que la salida es a una hora determinada. Si llego, llego, y si no, pues no.

            Luego, la marabunta de Harleys y Custom en general, con sus característicos ropajes, grupos, clubs. Es un tema que no me preocupa. Me atrae verlo pero no es mi rollo. Prefiero admirar las máquinas y como cada uno interpreta para sí este universo custom. Yo estoy allí paseando por la ciudad, atronando la Gran Vía con el sonido Harley, rodeado de otras Harley y todo eso ni me parece bien ni me parece mal. Cada uno viste y se rodea de quien le da la gana sin tener que dar explicaciones ni pedir excusas por ello.

            Yo soy más de carretera y manta. De lobo solitario. De nómada. Y cada día más. He descubierto algo que creo que todos los moteros sabemos que existe pero que no todos pueden o quieren experimentar. El sonido y las pistonadas Harley en una carretera. Sin prisa. Sin reloj. Sin móvil.