El
otro día estuve viendo diversas opciones para cambiar mi
fabulosa montura, mi Triumphita. No conozco ningún
motero que no esté dándole siempre vueltas al tema de
cambiar la moto. Al poco de tener una nueva, siempre
estamos pensando en la siguiente. Es algo casi
enfermizo. Todas las conversaciones entre moteros
siempre versan sobre los nuevos modelos que salen, que
han salido o que están por salir. En mi caso, en los
últimos tiempos, mis conversaciones con otro loco de la
colina como es Javier Castilla, casi es un monotema.
Pero esto ofrece varias
problemáticas, a cada una de ellas más espinosa que la
anterior:
1.- La primera cuestión no es la
económica, que sería lo lógico. No. Lo primero es saber
que coño de moto quiero. Salvo un par de especies
protegidas de este mundillo motero, como los Súper RRR y
los Harlystas, el resto no nos centramos. Lo queremos
todo, y eso es imposible. En esta primera fase podemos
pasarnos meses y meses y no lograremos ponernos de
acuerdo con nosotros mismos. Leemos revistas y más
revistas y cada semana queremos una distinta. Pasamos
por distintas fases inexplicables desde el punto de
vista paleontológico, psicológico y neurológico, en las
que vamos desde máquinas de alta precisión porque somos
Valentino, Pedrosa o Lorenzo hasta enormes Custom en las
que nos imaginamos grandes cabalgadas con el viento
rodeándonos de sensaciones. Lo dicho; inexplicable.
Para
poner un ejemplo práctico que nos ayude a entender esta
extraña situación, vamos a imaginarnos una situación: En
mi caso no soy asiduo a la comida rápida, pero de peras
a brevas reconozco que me gusta. Llego, por ejemplo, al
Burger King, y me enfrento al panel donde vienen todas
las fotos de las hamburguesas; todas atraen. ¿Será mejor
el Doble Whopper?, ¿O mejor el Doble Cheesbuguer de
Luxe? ¿Con que lo acompaño, con patatas, con aros de
cebolla? Mientras lo pienso y no lo pienso noto como mi
boca se va llenando de saliva y mi hambre enciende las
alarmas. ¿Pero por qué no todas? ¿Por qué coño tengo que
elegir?
Claro
que con las hamburguesas, en un momento de locura podría
comprarlas todas. Con las motos, pues como que no.
2.- El tema económico.
Justificar ante uno mismo primero, y ante la parienta
segundo que hay que poner unos miles de euros para
comprar un cacharro que es peligroso, que te mojas si
llueve, que te asas si hace calor, que es incómodo hasta
decir basta y que además, para más INRI, se queda
anticuado en seis meses, es difícil.
3.- Bien. Ahora vamos a ver la
moto. Claro, hay que saber por donde andamos antes de
pasar a la siguiente fase. Negociar con un concesionario
que se quede con tu maravillosa moto es harto
complicado, y en Salamanca imposible. ¡Es que yo no
tengo mercado!, ¡Es que ese modelo tiene muy difícil
venta! ¡Déjala aquí y ya se venderá! Claro, y en ese
tiempo ¿que hago yo sin moto? Te queda la solución de
vender tu mismo la moto. Para esto hay que armarse de
paciencia y resignación cristiana: a mí ya me ha pasado
que casi le pego a uno que vino a ver mi moto y no hizo
otra cosa que batir un record mundial de más pegas en
menos tiempo. ¡¡Vete a la mierda y cómprate una nueva,
pedazo de Gilipollas!
4.- Cuando lo tienes más o menos
claro, pasamos a Encuentros en la Tercera Fase; Venderle
la idea a la parienta. Los argumentos son siempre los
mismos: Es que necesito una moto más cómoda, es que esta
me provoca y me obliga a ir a saco, es que yo te veo
incómoda, es que el momento es ahora que es cuando más
dinero le puedo sacar, es que no tengo otro vicio, si es
que empieza a ser peligrosa por los desgastes, es que me
voy a tener que gastar ahora un dineral. Al final, si
superas esta Fase lo has conseguido. ¡Tendrás tu nuevo
cacharro!
Como se puede
comprobar, comprar una moto es mucha más que una simple
compra. Va mucho más allá. En realidad se trata de una
aventura que además del tiempo que requiere, te puede
dejar exhausto y sin fuerzas. Y tiene una máxima
absoluta que no puedes dejar de aplicar; si te has
equivocado en tu elección, niégalo hasta la muerte. No
lo reconozcas, como mínimo, hasta que tenga tiempo
suficiente para volverla a cambiar. Así al menos, te
servirá de excusa para la siguiente. ¡¡Hay que pensar en
positivo!!
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