¡¡¡ VIVA  SIMONCELLI. !!!

 

            Este campeonato se le había quedado pequeño y no era suficiente para el. Es así de sencillo, porque de lo contrario no sería Simoncelli. Todos los que siguen esta página web ya saben mi cercanía a él. Me gusta porque siente lo que hace. A mí siempre me han atraído los pilotos que muchas veces anteponían las ganas, las sensaciones antes que la técnica, antes incluso que por los propios campeonatos, que salen a la pista no pensando en ser conservador porque se juegan un campeonato, sino en ganar y divertirse mientras lo hace.  Por eso me han gustado siempre pilotos como Randy Mamola, Kevin Schwantz, Valentino Rossi, Garriga y Simoncelli.

     Se ha criticado muchas veces a Simoncelli sobre si lo que hacía no era excesivamente agresivo, que si ponía en riesgo a otros pilotos y Sic, como le gustaba ser llamado, lo único que hacía era encontrar huecos donde nadie los veía. Frenaba esos centímetros más tarde, allí donde se encuentra el punto sin retorno que separa la entrada en una curva de la caída. Ese punto al que sólo llegan los elegidos, aquellos que han tenido la fuerza de espíritu suficiente para llegar y el coraje y el sentimiento necesarios para poder hacerlo.

   Yo no creo que Sic supiese vivir de otra forma y seguramente nada de lo que hacía fuera de las carreras era distinto a como se comportaba en los circuitos.

             Su forma de pilotar transmite cosas que otros pilotos no transmiten y eso es lo que hace que me sintiera cercano a él, tal vez más cercano que a cualquier otro piloto que haya conocido. Su envergadura, su forma de colocarse en la moto, la manera que entraba en la curva, todo me transmitía.

            Ir en moto es una cuestión de sensaciones y vivencias personales bajo el casco. Por eso no me gusta llevar un bluetoth, por ejemplo. Bajo el casco soy yo y sólo yo. No hay palabras, ni gritos, ni caras. Es mi mundo. Eso es lo que me transmite Sic. Bajo su mata de pelo, sólo hay asfalto, gasolina, un puño que retorcer y una curva que negociar. No había amigos como Rossi ni enemigos como Stoner. No había patrocinadores ni marcas.

   Sólo hay un objetivo final y la adrenalina recorriendo tu cuerpo como la gasolina tu motor.

   Hoy lo que he visto me ha sobrecogido. Es como si una parte de mi estuviese allí. Esa sensación, ese sentimiento de querer más le impidió querer soltar la moto, esperando salvar la caída en el último instante y salir disparado luego a recuperar posiciones apurando siempre al límite y adelantar al que me precede en el sitio imposible que sólo yo conozco. Ese es Sic. Y ese Sic es un poco todos los moteros que aman las motos deportivas, más allá de si era español o no.

            Me resulta muy difícil hablar de Sic en pasado porque si es así, un poco de mí se ha ido con el. Un poco de todos nosotros. Sin embargo no dejo de pensar que en realidad se ha ido haciendo lo que quería hacer, haciendo aquello que mejor sabía hacer y siendo fiel a sí mismo hasta el final. Algo me dice que no ha sufrido y que su última imagen ha sido la imagen que todos los domingos de carrera tenía y era el asfalto inclinado y que su último sonido ha sido el de su motor rugiendo al máximo de revoluciones y que todo ha sido tan rápido que esa imagen en su cerebro ha sido la última y con ella fijada en su mente se ha ido a correr a otra división, a otro campeonato porque este se le había quedado pequeño, insulso, anodino, corto.

   Sic necesitaba más, ir más rápido, más lejos y eso es lo que ha hecho. Me niego a desearle que descanse en paz. Tiene que continuar siendo Sic, aquí o allá. Tiene que hacerlo por él y por nosotros, en un mundo soez, deshumanizado y carente de valores necesitado de héroes. Debe continuar siendo mi héroe en otro campeonato que no puede retransmitir ninguna cadena de televisión, porque nadie tiene los derechos del sentimiento, y cada vez que entre en un circuito o simplemente sueñe, estará allí, pasando como una exhalación dejándome sin respiración.

VIVE SIMONCELLI. VIVA SIMONCELLI.