¡¡¡ LAS MOTOS SON PARA EL VERANO !!!

     

Las bicicletas son para el verano. Este era el título de una película y parafraseando el título y poniendo motos en lugar de bicicletas nos vale perfectamente.

Es increíble la proliferación de motos en esta época del año. Se ven motos en Salamanca por todos los lados, e incluso modelos curiosos que no estamos acostumbrados a ver. Se ven Harleys espectaculares, clásicas como una DKW que vi el otro día. En fin, de todo.

Está claro que a la gente le gusta usar la moto en verano. El que no sabe de qué va esto, quizás esté de acuerdo. Sin embargo, yo soy de los que opina que la moto en verano, es un coñazo. Nunca sabes que tienes que ponerte. Si vas a una ruta en la que se hacen kilómetros, pues lo suyo es equiparte en condiciones por seguridad; sin embargo, cuando paras a comer, empiezas a sudar como un pollo sin emisión. Estás incómodo, acalorado, de todo. Y después de la comida, a un mínimo de 30 grados de temperatura, con la lámpara solar achicharrándote y aplastándote, súbete a la moto y ponte en marcha. Pero con asarte no es suficiente. Los mosquitos y demás bichejos del amplio espectro del apasionante mundo de los insectos te atacan como si fueses el último humano sobre la tierra. La moto, el casco, el traje y hasta tus calzoncillos, se llenan de mosquitos. Bueno, lo de los calzoncillos quizás no sean mosquitos pero es para hacernos una idea. Algunos, que jamás limpian el traje, tienen mosquitos pegados desde la era del Neandertal. Los mosquitos ya forman parte del equipo y conforman una especie de costra que estoy seguro que protege mejor que el Kevlar en caso de caída.

Los que vivimos en las afueras, en pleno verano, para ir al centro, por ejemplo, coges la moto con tu manguita corta y allá que te vas. Vas rodando tan placenteramente, hasta que te das cuenta que la piel de los brazos se va poniendo roja por momentos. Llegas al primer semáforo, y sientes que la tribu de los jíbaros ataca tu cabeza, reduciendo su tamaño deshaciéndose por el calor dentro del casco. El motor, que hasta ese momento te encantaba, suelta un calor que empiezas a notar, de forma muy preocupante, sobre tus partes pudendas, vamos que te parece que en cualquier momento escalfas unos huevos. Las manos, en los guantes que el de la tienda te vendió como de verano, están, literalmente, empapadas.

Como digo, estás en el semáforo y los efluvios del asfalto derretido ascienden y se ven perfectamente las columnas de humo que suben en vertical ¡Madre mía! Piensas. El tío del coche de al lado te mira desde su enlatado bien cerrado y con el climatizador a tope. ¡Se le ve que está bien fresquito el jodio! Te mira como pensando que sí, que eres muy chulito pero que las estás pasando de a cien. Una ligera sonrisa se le dibuja en su rostro. En otras circunstancias, habría pegado una acelerón en vacío, y el rugido del escape le hubiese quitado la sonrisa al muy… Pero ahora, ¡que coño de acelerón! ¡pues lo que me faltaba, que soltase este cacharro más calor!

Y al semáforo, ese punto de encuentro de especies diversas, muchas de ellas en peligro de extinción, llegan dos individuos en un scooter, de 50cc, que ya empezamos mal. En la cabeza, mucho calor no pueden tener, la chichonera, de marca “Ni su” con algunos agujeros, digamos como mínimo que sospechosos, no les puede dar mucho sofoco. De la camiseta de tirantes, pues eso, las bermudas, pues como que también eso, y guantes no parece tener. Las chanclas, pues son precisamente eso, chanclas. Te miran y alucinan contigo. Estos se cagan en la seguridad, en el calor, en el semáforo, en tu padre y la madre que parió a todas las normas.

Llegas al sitio al que has quedado, te quita el casco y el pelo parece que ha desaparecido de lo pegado que lo llevas. Tu moto no tiene maletas ni cofre, ni nada “Viva el diseño”. Con el calor, ala cargado con el casco y los guantes arriba y abajo.

Que si, que las motos son para el verano.