Las bicicletas son para el verano.
Este era el título de una película y parafraseando el título
y poniendo motos en lugar de bicicletas nos vale
perfectamente.
Es increíble la proliferación de
motos en esta época del año. Se ven motos en Salamanca por
todos los lados, e incluso modelos curiosos que no estamos
acostumbrados a ver. Se ven Harleys espectaculares, clásicas
como una DKW que vi el otro día. En fin, de todo.
Está claro que a la gente le gusta
usar la moto en verano. El que no sabe de qué va esto,
quizás esté de acuerdo. Sin embargo, yo soy de los que opina
que la moto en verano, es un coñazo. Nunca sabes que tienes
que ponerte. Si vas a una ruta en la que se hacen
kilómetros, pues lo suyo es equiparte en condiciones por
seguridad; sin embargo, cuando paras a comer, empiezas a
sudar como un pollo sin emisión. Estás incómodo, acalorado,
de todo. Y después de la comida, a un mínimo de 30 grados de
temperatura, con la lámpara solar achicharrándote y
aplastándote, súbete a la moto y ponte en marcha. Pero con
asarte no es suficiente. Los mosquitos y demás bichejos del
amplio espectro del apasionante mundo de los insectos te
atacan como si fueses el último humano sobre la tierra. La
moto, el casco, el traje y hasta tus calzoncillos, se llenan
de mosquitos. Bueno, lo de los calzoncillos quizás no sean
mosquitos pero es para hacernos una idea. Algunos, que jamás
limpian el traje, tienen mosquitos pegados desde la era del
Neandertal. Los mosquitos ya forman parte del equipo y
conforman una especie de costra que estoy seguro que protege
mejor que el Kevlar en caso de caída.
Los que vivimos en las afueras, en
pleno verano, para ir al centro, por ejemplo, coges la moto
con tu manguita corta y allá que te vas. Vas rodando tan
placenteramente, hasta que te das cuenta que la piel de los
brazos se va poniendo roja por momentos. Llegas al primer
semáforo, y sientes que la tribu de los jíbaros ataca tu
cabeza, reduciendo su tamaño deshaciéndose por el calor
dentro del casco. El motor, que hasta ese momento te
encantaba, suelta un calor que empiezas a notar, de forma
muy preocupante, sobre tus partes pudendas, vamos que te
parece que en cualquier momento escalfas unos huevos. Las
manos, en los guantes que el de la tienda te vendió como de
verano, están, literalmente, empapadas.
Como digo, estás en el semáforo y
los efluvios del asfalto derretido ascienden y se ven
perfectamente las columnas de humo que suben en vertical
¡Madre mía! Piensas. El tío del coche de al lado te mira
desde su enlatado bien cerrado y con el climatizador a tope.
¡Se le ve que está bien fresquito el jodio! Te mira como
pensando que sí, que eres muy chulito pero que las estás
pasando de a cien. Una ligera sonrisa se le dibuja en su
rostro. En otras circunstancias, habría pegado una acelerón
en vacío, y el rugido del escape le hubiese quitado la
sonrisa al muy… Pero ahora, ¡que coño de acelerón! ¡pues lo
que me faltaba, que soltase este cacharro más calor!
Y al semáforo, ese punto de
encuentro de especies diversas, muchas de ellas en peligro
de extinción, llegan dos individuos en un scooter, de 50cc,
que ya empezamos mal. En la cabeza, mucho calor no pueden
tener, la chichonera, de marca “Ni su” con algunos agujeros,
digamos como mínimo que sospechosos, no les puede dar mucho
sofoco. De la camiseta de tirantes, pues eso, las bermudas,
pues como que también eso, y guantes no parece tener. Las
chanclas, pues son precisamente eso, chanclas. Te miran y
alucinan contigo. Estos se cagan en la seguridad, en el
calor, en el semáforo, en tu padre y la madre que parió a
todas las normas.
Llegas al sitio al que has quedado,
te quita el casco y el pelo parece que ha desaparecido de lo
pegado que lo llevas. Tu moto no tiene maletas ni cofre, ni
nada “Viva el diseño”. Con el calor, ala cargado con el
casco y los guantes arriba y abajo.
Que si, que las motos son para el
verano. |