Una de romanos.

           

De pequeño, pasé los veranos en un pequeño pueblo de montaña llamado Candelario. Recuerdo con nitidez, los bares de la parte de arriba del pueblo, como el Tolo, con la gente joven bebiendo a porrón descansando en sus empedradas calles, mientras el agua bajaba veloz, por los estrechos canales exentos que atravesaban los laterales de sus calles buscando huertos que regar.

         Entre chato y chato de naranjada, y alguna que otra partida de futbolín, en ocasiones oía llegar a mediodía alguna moto que se aventuraba hasta allí arriba, desafiando el calor del mediodía, para calmar la sed de su conductor con un “botijo” o dos, a la vera del Moderno o del Cuco.

         Mientras esos moteros de los ochenta disfrutaban de un momento de descanso, yo tenía tiempo de ver de cerca sus motos, soñando con llevar una de ellas cuando fuera mayor. Algunas veces, me armé de valor, y me atreví a tocar el manillar de alguna de ellas. El tacto del acelerador girando con mi mano aferrada a él, junto a mi imaginación, me hacía sentir como un verdadero motero.

Las tardes pasaban tranquilas en el viejo jardín de la casa de mi abuela, acompañado casi siempre de un libro, mientras pasaban las horas sin prisa, como en el viejo sur americano. Parecía como si el calor detuviese incluso la actividad de los más nerviosos insectos, e incluso las moscas se tomaban un descanso en su eterno trabajo de molestar.

         Tras la merienda, todavía hoy ignoro cuántos vasos de nocilla incorporó mi madre a la cristalería de esa vieja casa de verano, tras años de hacernos bocadillos a mi hermano y a mí, a las siete de la tarde, se abría un mundo que aún ahora sigue pareciéndome mágico.

         Una de las cosas que más me gustaban de ese pueblo era que tenía un cine. Tenía un cierto aire de haber vivido épocas mejores, pero tenía su encanto, y cambiaban de película prácticamente todos los días. La mayor parte de ellas eran de serie B, aunque también llegaban estrenos con sólo un año de retraso, pero, y esto es difícil de explicar a las generaciones más jóvenes…  en mi infancia, sólo había dos cadenas de televisión (la 1 y la 2), e incluso al principio, no emitían todo el día, sino que cortaban la emisión los días de diario (¿Alguien se imagina hoy en día cortar Internet por la noche?).

         Muchos de mis amigos solían ir al cine tres o cuatro veces al año. Yo me daba un atracón en un mes.

         Y algo que siempre me gustó fue ver motos en el cine.

Las he visto de todos los tipos, clásicas como la TT Special Triumph 650, que llevaba Steve Mcqueen, en La Gran Evasión, de llaneros solitarios como las de Peter Fonda, y Dennis Hooper, en Easy Rider, la de Marlon Brando, en Salvaje, que utilizó su propia Triumph, para la película,  las que puedes ver en Máscara, donde brilla una Cher que llevarías en la parte de atrás de tu moto hasta el fin del mundo, o en los Ángeles del infierno.  

Postapocalípticas, como las de MadMax. Románticas vespas, como la de Audrey Hepburn y Gregory Peck, en Vacaciones en Roma

Con sidecar, como la de Harrison Ford, encarnando a Indiana Jones, mientras llevaba a su padre, que no podía ser otro que Sean Connery. Por cierto que las motos con sidecar nazis, siempre acababan pegándose un trastazo enorme, ¿no es así?

         También las he visto algunas que volaban (en Megaforce), o que directamente no tenían ruedas, como las moto jet, de la persecución entre los árboles del bosque de la luna de Endor, en el Retorno del Jedi.

         Terminator, en su tercera parte, monta como nadie en una Fat Boy de Harley Davidson, para salvar a un joven John Connor. Michael Douglas las pasa canutas con un Yakuza, con una catana y una Suzuki GSX-R en Black Rain, de Ridley Scott.

Futuristas, como la de Kaneda en Akira, que lo creáis o no, han reproducido en la realidad. 

Cómo olvidar a Willem Dafoe, inconmensurable en Calles de Fuego, a la cabeza de su malvada banda de moteros, y cómo conseguir lo contrario, olvidarlo para siempre, en este caso a  Don Johnson, en Dos duros sobre ruedas (nunca debió dejar antivicio en Miami). 

Terminaré esta enumeración sin final, con una alusión a Matrix, y la moto que conduce Trinity en la autopista con impecable pericia, una Ducati 996 y la hayabusa que estrella cuando salta de un edificio a otro, con graciosa majestad, por cierto, que Keanu Reeves regaló una Harley Davidson a todos los extras que participaron en la pelea contra los cien agentes Smith, al que ya se le vio en moto a toda velocidad, en Reacción en cadena, junto a Morgan Freeman.

En fin, como dice el sabio Sabina, y esto se lo dedico a María, para ver contigo me alquilo una de romanos. 

Y para el que crea que los romanos no iban en moto, ahí dejo esta instantánea de Charlton Heston en Ben Hur, junto a Stephen Boyd, a la sazón, Mesala, en el mítico film.

                                               José Manuel Guijo Cordón