La Maleta

Aunque más despacio de lo que quiero, miro el calendario, y ¡sí!, sólo quedan dos días para cogerme las vacaciones. Mi mujer, que se ha encargado de conseguir el apartamento en la playa, comprar los bañadores nuevos para todos, revisar si hay suficiente protector solar factor tres millones, hacer la compra para no perder ningún día en el supermercado en comprar leche ni mandangas, me ha pedido que yo me haga solo la maleta.

 ¡Siempre me toca lo peor!

A ver, a ver, tengo que meter las cartas de mus, las bolsitas de hacer hielo de la nevera, las palas para jugar en la playa, que compré hace tres años, y que están si estrenar, el libro de los Hijos del valle, que este verano sí me voy a terminar.

Los tapones para los oídos, por si a mi mujer le da por roncar, el cargador de mi móvil, el cargador del móvil de mi mujer, el cargador del móvil de la niña, el cargador del móvil del abuelo, la publicidad de todos los restaurantes chinos y Telepizzas de la zona, que guardo como oro en paño desde que el año pasado no los llevé y me gasté media paga extra en el ocho once ochenta y ocho de las narices, mondadientes para poder quitarme los granos de arroz, duros como una piedra, de entre los dientes, de la paella del chiringuito, para que no me diga más el camarero que lo siente, pero que no tiene.

Unas chanclas de repuesto, para que cuando se me rompan las que me compra mi mujer todos los años en el Decathlon, y que valen un euro, que se me romperán, no lo dudéis, y justo cuando quiero ir al chiringuito, con toda la arena caliente como ascuas de carbón esperándome.

El diccionario de la Real Academia Española para demostrarle a la niña que la palabra “Yachapras”, no existe, cuando jugamos a las palabras encadenadas en la playa, por mucho que se lo pregunte a su madre, y por mucho que la llevemos a un colegio de pago, un periódico de aquí, para que se note que no somos lo típicos madrileños en busca de playa, y también tengo que meter, ¡ay madre!, que no me cabe. ¡Espera! Quizás aquí en este hueco, ¡ay no!, pues haciendo sitio en un lado, ¡tampoco! No me queda más remedio que llamar otra vez a mi mujer

¡Cariño, no me cabe la moto en la maleta!

Y una vez más comienza la eterna discusión, que si qué manía, que si parece que me gusta más la moto que ella, que no cariño, que os quiero igual, de verdad, ¡mentira piadosa!, que si luego no la cojo, que si la quiero llevar, que deje algo menos importante en casa, “¿tu padre quizás?”, le pregunto, y claro, ella empieza, que ya está, que siempre saco el mismo temita, que si ella no lo trae, no se queda tranquila, que si fuera mi padre, que qué diría, y que no tengo ninguna sensibilidad. Lo cierto es que su padre juega mejor al mus que ella, siempre que no se quede dormido, claro, pero es la única forma de que mi santa, acabe claudicando, y me deje llevar la moto de vacaciones, pobrecita mi niña, cómo la iba a dejar sola tanto tiempo en el garaje.

Yo este año, lo he conseguido. El que viene Dios dirá.

¡Mucha suerte a todos!

                                              José Manuel Guijo Cordón