Los moteros somos los únicos que
tenemos licencia en la actualidad para ir disfrazados por la
vida, de lo que nos gusta (con excepción de policías y
bomberos).
Además se trata de un disfraz con
muchas, muchas versiones.
Los días de diario puedes
encontrar el motero ejecutivo, que merodea el centro de las
ciudades, con traje y corbata y normalmente una
megascooter y un casco jet a juego. De hecho encuentras
los aparcamientos de motos llenos de los últimos modelos,
sobre todo por las mañanas, con sus últimos accesorios para
portar maletines y conectar el ipod.
Muchos de ellos, la
utilizan como herramienta de trabajo, pero de vez en cuando
se para a mi lado alguno de éstos con una Yamaha o una BMW,
y unos guantes con solera, que dejan ver que los fines de
semana no la cambian por el monovolumen o el deportivo.
En cierto modo me parecen
herederos de los Mods y sus vespas, una vez que a su
generación y la siguiente incluso, le ha tocado llevar las
riendas del Mundo, o por lo menos les ha tocado ocuparse de
él, para que no se caiga.
Me consta que más de un
R, tiene de hecho una segunda moto, una pequeña
scooter o incluso un viejo ciclomotor para ir a
trabajar. Se les nota porque cuando paran contigo al lado
del semáforo, se les olvida, y cuando se quedan atrás les
ves la cara de sorpresa por el retrovisor.
En contraposición y por
alusiones, no puede faltar el genuino motero de custom,
que posiblemente es el que más disfruta de toda la
indumentaria propia de su moto. El negro es obligatorio,
sólo alegrado por el brillo del metal que puede adornar su
cazadora, la hebilla del cinturón, y otros complementos
varios. Se permiten colores en las insignias que pueden ir
cosidas a la “chupa”.
A estos últimos, los niños
los miran con los ojos superabiertos, con una mezcla de “guau,
que chulo” y “mamá dónde estás, que me da miedo”.
Por los barrios de la
ciudad te puedes encontrar también a los quinceañeros que
suelen llevar su molona y tatuada scooter, cuyas formas, a
mi siempre me han recordado al hijo resultante del
apareamiento entre un aspirador y una plancha. Suelen llevar
indefectiblemente sus ropas distintivas, pantalones enormes,
ellos, y de talle extra-mega-ultra-bajo para ellas. Colores:
Todos, y mezclados si es posible. Se trata de una tribu que
en ocasiones tiende a tener el casco como un añadido
estético para el codo o una incomodidad para su pelo,
sobretodo cuanto más al sur dirige uno la mirada. Algunos de
ellos, no todos, tienden también a hacer el mismo caso a las
luces de los semáforos, que a las de la discoteca, cuando
las encienden todas para que se marchen a otro lado a
continuar la fiesta.
Muchos de ellos, sueñan con cumplir
los dieciocho, vender la moto y comprarse el coche
tunning con tropecientos vatios de potencia en el
subwoofer y peces de colores en el maletero.
No debemos olvidar a los R´s,
con sus monos de cuero. Abundan los colores, rojo, azul, y
amarillo. Si le preguntas a un niño qué moto es la que más
corre, casi seguro que te dirá: “la roja” (y que me perdone
mi amigo Casi).
Los verdaderos R´s son como los
toreros del mundo de la Moto.
Finitos (algunos, como en los
toros), se ponen sus ajustados trajes y saltan al ruedo a
jugársela (en este sentido me refiero a los que se van a
correr de verdad al circuito, que es donde hay que hacerlo).
En muchos se aprecian los roces de
los pitones del asfalto.
Cercanos a ellos, pero más
moderados, están los pilotos con cordura, y no me refiero a
que los R´s no tengan cabeza (los hay que sí, de
verdad), sino al material con el que se recubren antes de
salir de ruta.
De éstos hay muchos. Tienes a los
novatillos, con motos de menor cilindrada, que cuando llegan
al final de la ruta, suelen coger los peores trozos del
aperitivo al que nos ha invitado el Ayuntamiento de turno, y
apenas consiguen mendigar unos trozos de tortilla (siempre
los bordes), unos cuscurros de pan, y unos refrescos
abiertos hace tanto que están calentorros y sin gas. Esto y
no otra cosa les anima a subir de cilindrada.
En el lado opuesto, los veteranos
(de cualquier modalidad), suelen tener mil y una historias
que contarte, y que vive Dios que te contarán, llegando a
existir hasta quince o veinte versiones autorizadas y no
digamos no oficiales, del mismo evento, en el bar del
motoclub.
Ah, el bar del motoclub, por fin
llegamos a este punto tan importante. Una vez señaladas las
características de la tribu, no queda sino hablar del patio
del colegio. Como es obvio, es el lugar al que acuden todos
los moteros, y que me consta, al que acuden siempre,
siempre, todos, todos, en moto (salvo que llueva, haga frío,
niebla, calor, viento, luna nueva, eclipse, su mujer no
quiera, u otra excepción ocasional completamente
comprensible).
El mío es el Western, y tiene
algo de última frontera donde gente de toda procedencia
encuentra su sitio. Si vas por allí verás viejos moteros que
aún saben dar mucha, mucha guerra (y por muchos años),
moteros de campo, moteros de fin de semana, R´s que madrugan
cada domingo para hacer curvas por la sierra y estar a las
once en casa con su mujer y sus hijas, moteros cuyas motos
parecen no haber visto la luz del día, otros cuyas motos no
han visto jamás una esponja y una manguera.., moteros de
aquí, y de la pérfida Alvión, moteros con moto nueva, y
otros con ganas de cambiar de moto, pero eso sí, todos,
absolutamente todos, con una historia.
Qué os voy a decir, son mi gente, y
conocerles es un privilegio y un verdadero placer.
José Manuel Guijo Cordón
|