No somos James Dean

            La muerte de un motero en el camino, en la noche, mientras escribo estas líneas, me llena de pena y melancolía. La parca nos reclama muchas veces de forma traicionera, pues nos ve con nuestros cascos como caballeros teutones modernos.

            Con ella, no hay partida de ajedrez que ganar, porque no es un juego.

            Aun así, no la temo más que cualquier otro, sólo por ser motero.

            No la temo más que el padre de familia que viaja en avión de vuelta a casa, no más que el escalador que sube una vez más a la montaña, no más que el enfermo que se enfrenta a un nuevo día.

             No la temo más, cuando subo en mi motocicleta... pero tampoco menos.

            La fama de locos sobre ruedas, cierta en ocasiones, es injusta por extenderse a todos por igual. Claro está, que una imagen llega más fácilmente que mil voces clamando al cielo, pero ni todos los vaqueros del oeste eran Billy El Niño, ni todos los moteros nos creemos James Dean.

            Porque no somos inmortales, la carretera no permite dar marcha atrás. Cuando eres más joven, tiendes a pensar que vivirás para siempre, y que tú controlas el riesgo y que lo haces mejor que los demás.

            He vivido lo suficiente para saber que no es así. Y cuando subo a una moto, soy consciente de que no puedo controlar totalmente lo que va a pasar, aunque tampoco lo hace quien sube a un avión, quien bucea en el mar o quien cocina con gas.

            Pero sería peor que el miedo me dominara puesto que en el fondo en la vida no todo se puede controlar. El control en muchos casos es un espejismo, una ilusión.

            No puedo controlar que mi cuerpo no enferme, ni que la sociedad en la que vivo entre recesión, o que mañana llueva o que hoy deje de hacerlo.

            Pero sí puedo elegir vivir sin miedo. Puedo elegir vivir feliz, y enfrentarme a lo que me depare el mañana sin tristeza. Puedo montar mañana a ese avión, puedo escalar esa montaña, puedo recorrer la carretera en mi moto, sintiéndome afortunado de vivir cada día. Porque como el enfermo que elige luchar, yo me enfrento a la certeza de mi mortalidad, sintiéndome motero, como expresión de mi deseo, de mis ganas, de vivir.

            Quienes me dicen que la moto es peligrosa, no entienden que se trata de mi montaña, y que tengo que subir, pues de no hacerlo, moriría una parte de mí.

            Me crié viendo los viejos Western de Gary Cooper y John Wayne en la televisión. Los recuerdo en sus caballos camino de la frontera en busca de libertad.

Entonces había caballos y diligencias, como ahora hay motos y coches. Ya nadie va en diligencia, y puede que en un tiempo, con los coches.., ¿quién sabe?.

            Ya no hay frontera, y hasta la última que señaló Kennedy, se banaliza con excursiones de ricachones que nada tienen que ver con los héroes que lanzaron la carrera espacial. 

            Sólo quedan los espacios olvidados, los que nadie quiere, y a los que sólo en mi moto puedo llegar. No sé si existen fuera o en mi imaginación, pero sin duda, reencuentro a mis viejos héroes que me saludan al pasar, tomando café junto a la carretera, con los amigos que no volverán.      

En recuerdo de todos ellos.

                                               José Manuel Guijo Cordón