POLITIKONES, SANCIONES Y DEMÁS VALLAS

 

En la escala política de valores, los moteros estamos en la parte más baja de la cadena alimenticia. Transigir a nuestras peticiones cuesta demasiado dinero y no se traduce en un apoyo social lo suficientemente jugoso a corto plazo. 

Es más fácil, y más barato que en la balanza se carguen las tintas del lado de la irresponsabilidad del conductor.

Una imagen vale más que mil palabras, y la imagen de dos motos adelantando en línea contínua, queda en el espectador más nítida en la retina que las voces de muchas personas comprometidas en una causa, como es salvar vidas de moteros, buscando la mejoras que la Administración debería fomentar de motu propio.

Pocos son los apoyos que se traducen en hechos palpables, en sólidas realidades, por parte de los que tienen autoridad para hacer algo.

         Aún presumiendo a meros efectos argumentativos, la buena fe del legislador a la hora de endurecer la normativa respecto a la conducción por nuestras vías y carreteras, como parte de su obligación para con el ciudadano, intentando con el, que ciertas conductas ilícitas, sean todavía menos apetecibles para el infractor, dada la gravedad de la respuesta punitiva a la que puede enfrentarse (no entro en este momento en el debate sobre si demonizar un sector cara a la opinión pública es la solución), sin embargo no puedo evitar percibir la sensación de que existe por parte de nuestros politikones una gran capacidad de crítica, y una nula capacidad de autocrítica.

         Admito por mi parte que muchos de nosotros, cuando montamos en nuestras motos atravesamos en ciertas ocasiones por situaciones de riesgo, algunos de forma más consciente que otros, y también, algunos con más frecuencia que otros.

Y por lo menos yo, ya que en este tipo de cuestiones, prefiero hablar estrictamente, por mi mismo, y no arrogarme el sentir de otros, soy consciente de que si voy más allá de lo que la Ley permite, el Estado podrá imponerme una pena, me guste o no, pero así mismo, tengo todo el derecho a la vez, a que ese mismo Estado guardián, actúe como Estado protector, y que no sólo vigile el buen comportamiento de los miembros que lo componen, sino que se preocupe por atender las necesidades que demanden sus miembros, sobre todo cuando son tan básicas como la seguridad vial, mediante la generación de infraestructuras suficientes, modernas y con un mantenimiento digno de un país que quiere estar a la altura de los más avanzados del Mundo.

Todavía espero ver a un solo responsable de la DGT que hable de las verdaderas deficiencias que como un cáncer corroe las entrañas de nuestras carreteras, del abandono de muchas de sus partes, de los retrasos en las nuevas vías que debieran estar funcionando hace años.

Por los pueblos de la sierra de Salamanca, no huele a AVE, ni a portadas en los periódicos, ni a votos, ni a nada. Sólo huele a abandono, a silencio, y a promesas vanas. 

Como ciudadano que soy de este país, tengo un Concejal, un Diputado Provincial, un Alcalde, un Presidenta de la Diputación, un Subdelegado del Gobierno, un Procurador en Cortes, un Consejero de la Junta, un Presidente de la Junta, un Diputado en el Congreso, un Senador, un Ministro, un Presidente y un Jefe del Estado, que ya es tener gente que me represente, pues ya es mala suerte que a ninguno de ellos se le ocurra coger el capote que le ofrezco y se ponga a bregar de verdad en el tema que nos ocupa.

Un amigo, soñador donde los haya, me confesó no hace mucho que respecto a una posible solución a los problemas que nos acucian, como el de esos guardarrailes asesinos, cada vez estaba más convencido que la solución no se encontraba en los grandes discursos y gestos grandilocuentes llevados a cabo en Madrid (aunque loables y necesarios también), sino en la cercanía de los que están en nuestra casa. Y creo que no le falta razón.

 Ay, si sólo uno de nuestros politikones, se arremangara la camisa, se escupiera las manos, cogiera el pico y la pala y se pusiera a hacer lo que hay que hacer, avanzaríamos más de lo que jamás habríamos soñado.

Yo no puedo darle un premio Nobel a nadie por echar una mano en esta tarea, ni puedo dedicarle una canción que todos recordaríamos para siempre, pero si mañana alguien llama a mi puerta y me dice: “Mira, te he hecho caso y he arreglado una curva que estaba muy peligrosa.”, queda aquí prometido que ese buen hombre o mujer, estaría invitado a comer.

 

José Manuel Guijo Cordón